Felicidad y Salud
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¿Por qué un país que gasta más en salud que otro puede obtener resultados peores en términos de salud? Y ¿por qué el aumento de la longevidad va paralelo a la disminución de la vida sana? La epidemiología tiene respuestas a estas preguntas: nuestra salud depende mucho de la calidad de nuestras relaciones y de nuestra felicidad. Y no las estamos cuidando suficientemente.

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La epidemiología

La epidemiología es la ciencia que estudia los factores determinantes de la salud en los individuos y en las poblaciones. En el siglo XIX, esta disciplina se concentró en las enfermedades infecciosas, que en aquel entonces eran la primera causa de muerte. La evidencia producida por los epidemiólogos generó el “movimiento sanitario”, que luchaba por la mejora de las condiciones higiénicas de la población. Se organizaron así, en los barrios pobres de las ciudades, las redes de alcantarillados, el servicio de recogida de basura, se construyeron los baños públicos y se mejoraron las viviendas. Estos barrios comenzaron a perder sus aspectos dickensianos y la esperanza de vida media, hasta entonces muy breve, se alargó de manera sustancial. 

Cuando, en el transcurso del siglo pasado, las infecciones dejaron de ser la primera causa de enfermedad y muerte, pasando el testigo a las patologías cardiovasculares y a los tumores, los epidemiólogos detectaron la manera de mejorar la salud fomentando estilos de vida sanos que evitasen factores de riesgo. El mantra del epidemiólogo se convirtió en: evitar el tabaco, el alcohol, las dietas grasas, el sedentarismo, etc. La tercera fase de la epidemiología ha comenzado a tomar cuerpo en la segunda mitad del siglo pasado, cuando la atención se ha desplazado a otros factores de riesgo definidos psicosociales. 

Se ha descubierto que la felicidad influye directamente en la salud y la longevidad y que el pesimismo, la percepción de no controlar la propia vida, el estrés y los sentimientos de hostilidad y de agresión hacia los demás son factores de riesgo muy relevantes. Se ha descubierto por ejemplo que el riesgo de enfermedades cardiovasculares, la primera causa de muerte en los países ricos, es el doble entre las personas que sufren de depresión o enfermedades mentales y una vez y medio más entre las personas que se declaran infelices (Keyes 2004). Los efectos del bienestar sobre la salud se estiman mayores que aquellos derivados del tabaco o del ejercicio físico (Levy 2002).

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Felicidad y Longevidad

La felicidad influye fuertemente en la longevidad. Un famoso ejemplo concierne a un grupo de jóvenes monjas a las cuales, en los años treinta, se les pidió que escribieran unas breves autobiografías. Éstas han sido recientemente analizadas bajo el perfil de las emociones expresadas. Ha sido encontrada una fuerte relación entre la expresión de emociones positivas y la longevidad de las monjas. El 90% del cuarto de las monjas que habían expresado las emociones más positivas vivían todavía con 85 años, a diferencia del 34% del cuarto que habían expresado menores emociones positivas. Hay que subrayar que las monjas habían tenido un estilo de vida muy similar por lo que se refiere a alimentación y estándar de vida (Danner - Snowdown - Friesen 2001).

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El bienestar

Muchísimas investigaciones que utilizan varias metodologías y muestras de población, desarrolladas en una amplia variedad de países, llegan a las mismas conclusiones. La infelicidad es un factor de riesgo muy relevante. Por el contrario, la felicidad constituye la protección de la salud más eficaz que tenemos a nuestra disposición. Muchas investigaciones siguen muestras de cientos, miles, a veces decenas de millares de personas, durante muchos años, a veces décadas. Las medidas de la felicidad varían según los estudios y de centran por ejemplo la depresión y la ansiedad, el optimismo, las emociones positivas o negativas, el estrés, la capacidad de disfrutar de la vida, la capacidad de sonreír, la presencia de sentimientos de cinismo u hostilidad, la felicidad o la satisfacción en la vida declarada por las personas, etc.Esta variedad de medidas de bienestar conduce a resultados unívocos. El bienestar de las personas en el periodo inicial de la observación tiene una fuerte influencia sobre la futura salud y longevidad.

El bienestar inicial predice por ejemplo:

  • El desarrollo de enfermedades cardiovasculares en las personas sanas y la progresión de las enfermedades cardiovasculares en personas enfermas (Hemingway y Marmot 1999).
  • La incidencia del cáncer entre las personas inicialmente sanas y la supervivencia en aquellas enfermas (Williams and Schneiderman 2002).
  • La velocidad de recuperación post-quirúrgica de operaciones de bypass coronario y la velocidad de recuperación de las normales actividades después del alta hospitalaria (Scheier et al. 1989).
  • La probabilidad de supervivencia después de trasplantes de células  estaminales (Loberiza et al. 2002).
  • La hipertensión (Raikkonen, Matthews, Flory, Owens, y Gump 1999). 
  • La fertilità femminile (Buck et al. 2010). 
  • La mortalidad en los enfermos crónicos (Guven y Saloumidis 2009), en los seropositivos al VIH (Moskowitz 2003) y en los diabéticos (Moskowitz et al. 2008).
  • El funcionamiento del sistema inmunitario y la reactividad del sistema cardiovascular (Lyubomirsky et al. 2005).
  • La velocidad con la que se cicatrizan las heridas (Kiecolt-Glaser et al. 2005).
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¿Por qué el bienestar influye en la salud?

El cuerpo humano es una máquina extraordinaria reaccionando ante lo que se denomina estrés agudo. Cuando nos enfrentamos a un evento estresante en nuestro organismo se activa una reacción definida de “combate y fuga”. Una secreción de hormonas por parte de las glándulas suprarrenales permite relajar la energía acumulada, el sistema inmunitario se activa, los vasos sanguíneos se contraen, el corazón y los pulmones aumentan su actividad, los factores de coagulación aumentan en la sangre para reparar eventuales heridas, el cerebro se vuelve más reactivo y reduce la percepción del dolor. Esta reacción es saludable si termina rápidamente y por el contrario es dañina si se convierte en crónica. En este último caso el cerebro disminuye la memoria, las funciones cognitivas y aumenta el riesgo de depresión y de insomnio, el sistema inmunitario se deteriora, la constricción crónica de los vasos sanguíneos aumenta el riesgo de hipertensión y enfermedades cardiovasculares y las funciones digestivas y sexuales son sujetas a varias molestias. En resumen, la biología del estrés nos dice que el problema no es el estrés sino el estrés crónico. El estrés crónico nos consume y la infelicidad es una fuente formidable de estrés (Wilkinson-Pickett 2009).

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