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Relaciones sociales

En las últimas décadas el desarrollo de nuevas técnicas de investigación científica ha permitido estudiar la naturaleza humana con una profundidad antes inconcebible. El resultado de estos estudios, que van de las neurociencias, a los experimentos comportamentales, a la biología evolutiva etc., demuestra que nosotros, los humanos, somos las jirafas de las relaciones.

Así como las jirafas han desarrollado cuellos extraordinariamente largos para poder sobrevivir, nosotros hemos desarrollado extraordinarias capacidades de relacionarnos. Hace unos 70.000 años, cuando nuestra especie apareció sobre el planeta, nuestros antecesores no tenían muchas posibilidades de supervivencia. No teníamos colmillos afilados, ni grandes y peligrosas dentaduras, ni éramos especialmente ágiles o veloces. Pero teníamos una cosa realmente especial: un increíble potencial relacional, empezando por el lenguaje, que nos permitía aprender a actuar juntos, cooperar a un nivel imposible de alcanzar por las otras especias. Es esto por lo que hemos apostado. Esta es la razón por la que estamos todavía aquí y por la que nos hemos multiplicado. Nuestra inteligencia cognitiva superior nos ha concedido una ventaja respecto a las otras especies porque hemos aprendido a usarla junto a los demás.

Es por esta razón que el ser humano es un animal social y necesita relacionarse. Podemos sobrevivir en soledad o en medio de relaciones conflictivas y difíciles. Pero para ser felices tenemos que tener relaciones de buena calidad, es decir cargadas de vitalidad, participación y afecto. Todos necesitamos sentirnos parte de algún grupo, ya sea parental, familiar, de pareja, de comunidad, de amigos o de trabajo. Los estudios sobre la felicidad desarrollados en los últimos veinte años por economistas, psicólogos, sociólogos, antropólogos, neurobiólogos, etc., convergen en confirmar todo esto. Si queremos resumir qué es lo que nos hace felices según estos estudios nos bastarían dos palabras: los demás.

La calidad de nuestras relaciones sociales y afectivas es el factor que más pesa sobre nuestra felicidad.

Según Daniel Kahneman ganador del premio Nobel de economía con sus estudios sobre la felicidad, las actividades cotidianas más asociadas a la felicidad son relacionales, como socializar después del trabajo, cenar con los amigos o practicar sexo. Las profesiones que hacen la gente más feliz tienen un fuerte contenido relacional, aunque no sean especialmente rentables, como por ejemplo ser peluquero. En comparación con el peso de las relaciones, otros factores que se pensaba tuviesen una importancia dominante para la felicidad, como el dinero, resultan fuertemente redimensionadas por estos estudios. Los científicos de la felicidad han descubierto que para la felicidad el dinero cuenta poco y que su influencia está limitada a los niveles bajos de renta.

Fundamentalmente los que no llegan a fin de mes son menos felices pero a niveles más altos de renta no hay una diferencia relevante en la felicidad de quien dispone de más o menos dinero. Más allá del límite del llegar a fin de mes, las cosas más importantes para la felicidad son otras y son fundamentalmente relacionales. Hay estudios que muestran que es muy probable que aumente la felicidad media de la población en los países en los que se mejoran las relaciones respecto a los que experimentan un fuerte crecimiento económico.

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Donar

Pero atención, el dinero no compra la felicidad a menos que no se gaste para otros. De hecho, el dinero que usamos para ayudar a alguien predice nuestra felicidad. En fin, el carácter profundamente social de nuestra naturaleza emerge también en la relación entre dinero y felicidad. Los estudios sobre las ondas cerebrales revelan que el simple hecho de pensar en ayudar a los demás planeando una donación hace más feliz a la gente. Estos pensamientos activan el sendero meso límbico en el cerebro que está asociado a la felicidad y a la producción de dopamina, un neurotransmisor que preside el control de los centros del placer.
Si se pasa del pensamiento a la acción de ayudar a alguien este efecto se amplifica. Estudios desarrollados en los Estados Unidos documentan que los individuos que hacen voluntariado gozan de una mayor felicidad, menores niveles de estrés, mejor salud física y emotiva y una mayor percepción de que su vida tiene sentido.

La felicidad consiste en realizar experiencias en las que se pierde la concentración sobre uno mismo y nace un sentimiento de unión con los demás y con lo que se está haciendo. Esto pasa por ejemplo cuando estamos involucrados en algo interesante y laborioso o cuando un artista o un artesano se funde con los instrumentos que está usando o con aquellas personas que tienen una experiencia religiosa profunda. O bien cuando estamos escuchando música o bailando. Pero sobre todo sucede cuando nos conectamos con los demás y vivimos relaciones afectivas intensas. En resumen, la felicidad es una medida de cuánto estamos conectados con los demás y con las actividades que desarrollamos.

Todo esto tiene implicaciones profundas en la manera en la que tendríamos que organizar nuestras vidas. A menudo tenemos que decidir, grandes y pequeñas cosas, que tienen consecuencias sobre la distribución de nuestro tiempo entre el trabajo, la resolución de problemas prácticos y las relaciones. Frecuentemente, cuando tomamos estas decisiones, no somos conscientes del vínculo entre las relaciones, la felicidad y la salud. Pensamos que más dinero, una casa o un coche más grande aumentarían nuestro bienestar y, al intentar alcanzarlo, trabajamos más, dormimos menos y descuidamos nuestras relaciones, deprimiendo así nuestra felicidad.

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Tomar conciencia

Algunos de nosotros intuimos la estrecha conexión entre relaciones, felicidad y salud, pero no sabemos que existe una sólida evidencia científica que sugiere las mismas elecciones sugeridas por la intuición: invertir atención, energía y tiempo en las relaciones es una buena idea para vivir más felices, sanos y por mucho tiempo.

Es tiempo de tomar conciencia. La felicidad puede ser construida día a día. Permitámonos el lujo del tiempo. Se puede empezar participando en un curso de arte, de danza, de lectura, en un banco de tiempo, en un círculo deportivo, en una actividad de voluntariado, dedicando más tiempo a las cosas que nos gustan y a los que amamos. Nuestra sociedad tiene muchas iniciativas y organizaciones que facilitan las relaciones. A veces nos absorben completamente la solución de problemas materiales que nos parecen urgentes. Pero no siempre las cosas que parecen urgentes son las más importantes.

Elegir dedicar tiempo, energías y atención a los demás significa dedicarlos a sí mismo, al propio bienestar y a la propia salud. Desde hace tiempo, estas indicaciones han sido incorporadas por las principales organizaciones sanitarias. Por ejemplo, la Carta de Ottawa para la Promoción de la Salud de la Organización Mundial de la Salud (1986) dice: “La salud (…) valoriza los recursos personales y sociales (…). Por lo tanto la promoción de la salud (…) punta al bienestar.” El problema es que, si bien la importancia de las relaciones para la felicidad y la salud es un conocimiento científico consolidado y compartido, nuestra cultura todavía lo desconoce. 

Muy a menudo nuestras elecciones privilegian otras prioridades, porque estamos guiados por ideas equivocadas sobre lo que nos hace felices y sanos. Somos rehenes de la ilusión de que la medicalización mejore nuestra salud y no somos conscientes de que ésta empieza mucho antes de la puerta del médico, del hospital o de la farmacia. Podemos hacer mucho por nuestra salud si somos conscientes de que, mucho antes de ser un problema sanitario, la salud es una cuestión de felicidad. Y la felicidad es una cuestión de relaciones.

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Es hora de superar el mito de que la medicina es la vía principal para la salud. 

En realidad las principales mejoras de la salud siempre han ocurrido fuera de los sistemas sanitarios. 

Por ejemplo, la gente piensa en general que el alargamiento de la esperanza de vida media sea el resultado de la invención de muchas medicinas, en particular de los antibióticos que han erradicado las enfermedades infecciosas que han flagelado al género humano durante casi toda su existencia. 

Al contrario la prolongación de la esperanza de vida ha sucedido antes, en la segunda mitad del siglo XIX mucho antes de la invención de los antibióticos, gracias a las mejoras de los estándares higiénicos y alimentarios.

La nueva frontera de los progresos en la salud es desarrollar una cultura y una organización de vida que nos permita dar peso a las cosas que son importantes para nuestra felicidad. Es decir a nuestra vida de relación.

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